Hay parajes que evocan añoranza,
paisajes que huelen a verde, y saben a infinidad de aromas. Salento huele a
sembrados, a frescura, a humedad, a guaduales, a yarumos, a café, a manos
campesinas que labran la tierra con la fuerza del corazón y de la raza. Salento
es uno de esos parajes que nunca se termina de relatar. Visitar sus calles es revelar
el misterio que contiene su historia, descubrir esas legendarias viviendas construidas a base de cañas o palos trenzados, unidos con una mezcla de tierra húmeda y paja, es una vieja técnica llamada bahareque. La arquitectura expresa sus tradiciones con trabajos a mano en madera tallada y dibujada en techos,
fachadas y pisos, baldosas antiguas con diseños geométricos y coloridos, puertas y ventanas de colores chillones que
contrastan entre sí a la luz del sol o de la luna, el encanto del hierro
forjado a mano en rejas, candados y cerrojos, los techos rojos en teja de barro
hacen parte de la quinta fachada al
observarse desde lo alto de El Mirador que corona la calle principal. Tan artesanal que incluso sus fachadas están pintadas con
vistosos colores, algunas engalanadas con tocones de madera pirograbados,
materas de flores multicolores, que
parece que compitieran entre sí.
A Salento se llega por
una estrecha carretera que sube y baja, como un tobogán, rodeada de variedad de vegetación y de lugares
desde donde se empiezan a asomar tímidamente sitios de ventas de artesanías,
para comer o para decorar, para regalar o para coleccionar. Este es el
aperitivo para llegar a uno de los sitios más hermosos de Colombia
Turistas extranjeros,
nacionales y habitantes locales se entremezclan en este nuevo tejido social en
el que los unos han aprendido a convivir con los otros a lo largo de los últimos
años en los que Salento se ha convertido en uno de los destinos turísticos más
apetecidos de nuestro país, en una extraña sinergia en donde se funden etnias y
culturas del mundo. Salento tiene su encanto propio y único, ese que proviene
del clima templado y montañoso de los pueblos cafeteros del Quindío, Sus calles
cuentan las historias de los fundadores y en muchos sitios se puede observar
vestigios de la cultura de los arrieros a través de elementos propios de la época
y de su identidad cuando, desde el departamento de Antioquia, estos quijotes
llegaron a colonizar la región del Quindío y demás departamentos del eje
cafetero: peroles, ollas, lámparas, lazos, delantales, sombreros, caperuzas,
zurriagos, alpargatas, sillas de montar a caballo, aperos, machetes y el
infaltable carriel del arriero en donde se depositaban los objetos más valiosos
y de uso diario.
El hechizo del aroma de un café de origen recién tostado y
molido proveniente de las fincas cercanas nos atrapa y nos hace cerrar los ojos
para transportarnos a cada lugar y vereda del departamento. Ni que hablar de su
oferta gastronómica y de las delicias de la variedad de trucha, cultivada en la
parte alta del valle del Cocora. Postres, galletas, mecato (variedad de
golosinas), patacón (plátano verde pisado frito en aceite), menú vegetariano,
italiano, americano, frutas originarias del trópico de diferentes sabores, colores y texturas. No
puede faltar el tradicional salón de
billar que ofrece café en una de las grecas más antiguas de la región.
Salento es visitado, ya
no solo en días feriados, sino todos los días del año. Campesinos, pequeños
empresarios, artesanos, hippies, músicos. Todos se quieren expresar de forma particular
a través del arte hecho a mano. Desde el café, como producto emblemático regional,
en todas sus presentaciones con o sin licor, con leche, expreso, preparado en
diferentes métodos, frio o caliente, solo o con una buena torta de la abuela. De
otro lado, joyas elaboradas en piedras preciosas, pasando por arte manual
elaborado en telares, cuero, fibras, metales en filigrana o retorcidos al calor,
vitrales, manualidades, madera, fotografías en resina, pinturas, acuarelas,
textiles, guadua, totumos, chaquiras.
Cualquier semilla,
elemento o fibra natural es materia prima para que con ingenio y creatividad se
produzcan la gran variedad de productos artesanales elaborados a mano por
artistas locales. Desde las casas delicadamente conservadas con sus patios y
solares adecuados para dar paso al comercio, Salento se podría comparar con un
gran centro comercial en donde se conjugan todas las regiones del país, se
puede obtener desde un sombrero vueltiao, un carriel antioqueño, muebles en
diferentes tipos de maderas o un arpa e instrumentos de cuerda, como representación
de los 4 puntos cardinales de la geografía nacional.
Sentarse en una de sus templadas
noches en cualquiera de los bares del marco de la plaza a escuchar música popular
colombiana acompañada de unos buenos “guaros” (bebida anisada, tipo aguardiente),
o de una “fría” (coloquialmente, una cerveza), o simplemente quedarse en el
parque a observar la actividad de los transeúntes, los vendedores o los que
ofrecen paseos para niños en caballitos de madera o réplicas del jeep típico de
la región, hace parte del itinerario. Desde aquí, abordo del típico jeep nos
desplazamos hacia el emblemático Valle del Cocora, allí en el bosque de niebla, donde se erige la hermosa
palma de cera árbol nacional, atrae por su misterio con sus 60 m de altura, sobre
todo en las noches de luna llena y estrellas. Desde la zona de camping la vista
hacia el firmamento es infinita, el frio es penetrante por lo que no puede
faltar una buena fogata y una calurosa bebida que acompañe ese momento místico.
El mirador, ubicado en
la parte alta del pueblo, ofrece una variedad de sitios donde se puede degustar
café al estilo quindiano, el turista se podrá subir en el tradicional yipao
(carro típico de la región cafetera) y vestirse con prendas alusivas a la cultura
paisa. El cuadro se complementa con venta de miel de abejas, cholao,
solteritas, chontaduro, panadería típica y golosinas de la región y una hermosa
vista sobre el Cañón del rio Quindío
La noche se llena de
lucecitas amarillas que se reflejan en el pavimento húmedo, pues éstas suelen ser frías y nubladas. Los avisos de las
tiendas se iluminan para dar paso a la vida nocturna de un pueblo, por demás,
bohemio y encantador.