martes, 20 de diciembre de 2016

ARTESANOS DEL MUNDO 5. Balsaje por el rio La Vieja


El sitio de encuentro fue el atrio de la iglesia en la plaza principal del municipio de Montenegro, en el departamento del Quindío. Llegamos alrededor de las 9 am y allí esperábamos sentados a que llegaran los jeeps que nos llevarían hasta el “muelle” de salida de las balsas; entre tanto, los guías nos daban instrucciones e indicaciones de seguridad y del recorrido que estábamos a punto de iniciar sobre el rio La Vieja en una distancia de unos 15 kilómetros, a una profundidad de entre 20 centímetros y 14 metros. Sumamos un grupo de tal vez veinte personas, quienes emprendimos un viaje de 45 minutos en el típico “yipao” hasta el sitio donde embarcaríamos, eso sí, deleitándonos  con la brisa fresca que emana del verde de nuestras montañas cafeteras.




El balsaje se remonta a un medio de transporte en el que los indígenas se movilizaban rio abajo hace 400 años. Este representaba el vehículo por el cual transitaban nuestros antepasados indios Pijao, Quimbaya y Calarcá.

Una vez en  el sitio de partida, abordamos las  balsas hacia nuestra aventura extrema, después que el equipo de balseros las acondicionaran con lo mínimo necesario para la travesía, sillas, techos coloridos para proteger del sol, canecas para guardar objetos personales y mantenerlos secos y recipientes en donde iría el almuerzo y refrigerio.  Con nuestros salvavidas puestos, obligatorios para todos, tras haber recorrido tan solo unos metros, nos zambullimos en las tranquilas aguas del Rio la Vieja, por donde transitan las balsas artesanales fabricadas con guadua (bambú), los cuales son amarrados entre sí por cabuyas de fique con amarres aprendidos en este trajinar cotidiano y tubos de PVC a lo largo para garantizar flotabilidad y estabilidad a la estructura de   8m de largo y 2.50 m de ancho. El “boga”, o conductor principal de la balsa es el conocedor del rio, quien la direcciona y manipula ayudándose con una vara de bambú de unos 4 m de largo, toca fondo y empuja, apoya todo su cuerpo para girar o para frenar, se lanza sin miedo, conoce cada rincón, cada corriente y cada movimiento de estas aguas. El era quien  nos indicaba los sitios seguros para zambullirnos, nos daba instrucciones sobre la manera de nadar para aprovechar la corriente y alejarnos de las orillas o de piedras que pudieran lastimarnos. En algunos tramos del recorrido nos indicaba que había “rápidos” para que los más arriesgados nos lanzáramos a sentir la adrenalina del momento.










Las aguas, frías y de color café capuchino dibujaban el sinuoso y silencioso recorrido del rio, enmarcado por una espesa y verde vegetación, donde apenas se dejaban ver algunas especies de aves y tropitas de monos aulladores en las copas de los arboles; muchas otras especies de flora, aves, mamíferos, y felinos abundan en este bosque, pero no estaban a nuestra vista. En el rio, aunque no se aprecian a simple vista, habitan varias especies de peces como bocachico, barracuda, corroncho, picuda; éste representa el sustento económico para los balseros de la región que con sus empíricos conocimientos llevan a los turistas, provenientes de diversos rincones del planeta,  a recorrer el rio desde adentro, disfrutando de sus aguas, en parte tranquilas, en parte agrestes, en otra parte con una bella cascada que adorna la montaña  o pequeños remolinos en su recorrido. Este bello paisaje queda  localizado entre los departamentos del Valle del Cauca y el Quindío.







Hábilmente, el boga lanza una cuerda hacia la zona en donde nos detendríamos a tomar un café caliente con pandebono, mientras nos calentábamos al calor del sol que ya iba rondando el medio día. Luego de esta breve pausa retomaríamos zambulléndonos de vez en cuando hasta llegar al sitio en donde descendimos de las balsas para subir caminando por un estrecho y resbaladizo camino hacia dos hermosas cascadas, agua pura y cristalina de la montaña, cuya fuerza  la sentimos sobre nuestras humanidades con toda la potencia de su caída. Todo un spa para el cuerpo y para el alma rodeado de piedras, agua y vegetación virgen,  desconexión total, reencuentro con nuestra madre naturaleza.









Después de dos horas más del disfrute de este bello paisaje, nos detuvimos al lado del rio en una choza con bancas y mesas de madera ubicadas de forma longitudinal, en donde almorzaríamos el típico “fiambre” representativo de la gastronomía regional, símbolo de la cocina de nuestras abuelas como almuerzo del tradicional paseo de rio colombiano. Está elaborado en fogón de leña de cocinas campesinas bajo normas de certificación y manipulación de alimentos. El fiambre es un envuelto en forma de tamal recubierto por hojas de plátano y biao, en su interior un delicioso pollo y cerdo asado con arroz condimentado con tomate, cebolla y especias locales, acompañado de nuestros poderosos carbohidratos: plátano, papa, yuca y arepa. Es imposible resistirse ante los sabores y olores de este plato. Al cabo de 40 minutos de descanso y de sol retomamos nuestro trayecto hasta llegar a Puerto Alejandría, donde finalizaríamos este emocionante recorrido.







Queremos enviar un saludo muy especial a nuestras compañeras de balsaje: Alba, Marleny, Cris, Margarita y Astrid quienes con su gran sentido del humor y calor humano nos hicieron de esta aventura un inolvidable paseo.


Nos llevamos en nuestras memorias los recuerdos de otro de los emblemas del Paisaje Cultural Cafetero, este rio silencioso nos hizo cerrar los ojos, respirar su aire fresco, extrayéndonos de la rutina del día a día, entendiendo que los placeres de la vida se encuentran en las cosas sencillas.





jueves, 17 de noviembre de 2016

LAS VANIDADES DE LO MATERIAL

Hoy es un día de reflexión. De inhalar profundamente, con los ojos cerrados y preguntarnos por qué suceden o no los acontecimientos a nuestro alrededor. Cómo es que cada decisión que tomamos nos lleva infaliblemente a un determinado (¿o planillado?) desenlace? Nos detenemos a pensar en lo frágiles y vulnerables que nos convertimos ante las amenazas de lo que no podemos controlar.

Esta vez escribimos desde la nostalgia por haber perdido, en nuestra nueva casa, todos los “gadgets” o juguetes tecnológicos, en donde teníamos almacenadas algunas memorias, imágenes y escritos de algunos viajes, recuerdos familiares, risas, fiestas, eventos, reuniones, ceremonias y rituales. Mas que lo material, es el malestar de solo pensar que aquellos intrusos estuvieron por varios días observando nuestros movimientos, esperando el momento oportuno, la invasión a la intimidad en nuestra pequeña casa campestre en la que, creíamos, seria nuestro pequeño paraíso y refugio, una finca alejada del ritmo acelerado de la ciudad, rodeada de atardeceres de colores, cantos de aves, y amaneceres con la luna pintada sobre un fondo rojizo, tal y como lo habíamos imaginado. Era uno de nuestros sueños hecho realidad. 




Ya nos íbamos adaptando a los sonidos tanto diurnos como nocturnos de los animales, perros, loros, pericos y gallos en la mañana; grillos, sapos y lagartijas en la noche. La casa, nos atrajo desde que la visitamos por primera vez. Pequeña, apacible, rodeada de prados verdes y en la parte posterior de la casa un encantador y ruidoso guadual que nos arrullaba al ritmo del viento de la tarde. La magia llegaba en las noches cuando las luciérnagas hacían su danza iluminando la copa de lo más alto de una palmera, como si fuesen luces intermitentes de esas que adornan las noches navideñas. 





A nuestra llegada hicimos reparaciones, pintamos, sellamos, remendamos y preparamos la chimenea del salón, que nunca se usó. Se nos quedaron en nuestra mente el imaginario de las reuniones que tendríamos con nuestras familias y amigos. Los asados, las fiestas y las tertulias amenizadas por una buena cena y un buen vino o un té caliente

Las hamacas fueron ubicadas estratégicamente, de tal manera que pudiésemos disfrutar de los hermosos atardeceres pereiranos. Yacko, nuestro perro, se iba adaptando mientras que correteaba al perro de al lado e iba marcando su territorio de macho alfa. El mandarino nos regalaba cada mañana sus frutos directamente del palo ubicado a unos pocos metros de la entrada. Hicimos planes para  podar, fertilizar y abonar los árboles que se veían un poco abandonados y poseídos por las telarañas de las que los habitaban. Las noches eran tranquilas, frescas y románticas, perfectas para soñar en los planes del futuro





Nuestras hamacas quedaron abandonadas, desubicadas, meciéndose por la brisa de esa tarde, pues nuestra reacción inmediata fue recoger de nuevo las cajas que ni siquiera habíamos terminado de desempacar de la mudanza de siete días atrás. Después de la impotencia vino la reflexión, nuestros mejores momentos siguen intactos en nuestros recuerdos, entendimos que el gozo de la vida y la tranquilidad se pierde fácilmente pero que la vida continua y ahora el reto es relatar esta historia con estas letras, con el propósito de llevarlos a ustedes  a aquel sitio del que no quedó mucho testimonio fotográfico.


Lecciones, muchas… todas, tal vez. La vida se nos puede ir en un solo segundo, el momento adecuado  tiene que darse cuando el destino y el universo así lo dispongan, sin forzar a la naturaleza, asi la mayor lección que nos queda es el desprendimiento de las vanidades de lo material.

*fotos tomadas con teléfono móvil 

miércoles, 31 de agosto de 2016

ARTESANOS DEL MUNDO 4. Salento, ¡arte con talento!

Hay parajes que evocan añoranza, paisajes que huelen a verde, y saben a infinidad de aromas. Salento huele a sembrados, a frescura, a humedad, a guaduales, a yarumos, a café, a manos campesinas que labran la tierra con la fuerza del corazón y de la raza. Salento es uno de esos parajes que nunca se termina de relatar. Visitar sus calles es revelar el misterio que contiene su historia, descubrir esas legendarias viviendas construidas  a base de cañas o palos trenzados, unidos con una mezcla de tierra húmeda y paja, es una vieja técnica llamada bahareque. La arquitectura expresa sus tradiciones con trabajos a mano  en madera tallada y dibujada en techos, fachadas y pisos, baldosas antiguas con diseños geométricos y coloridos,  puertas y ventanas de colores chillones que contrastan entre sí a la luz del sol o de la luna, el encanto del hierro forjado a mano en rejas, candados y cerrojos, los techos rojos en teja de barro  hacen parte de la quinta fachada al observarse desde lo alto de El Mirador que corona la calle principal. Tan artesanal  que incluso sus fachadas están pintadas con vistosos colores, algunas engalanadas con tocones de madera pirograbados, materas de flores multicolores,  que parece que compitieran entre sí.








A Salento se llega por una estrecha carretera que sube y baja, como un tobogán,  rodeada de variedad de vegetación y de lugares desde donde se empiezan a asomar tímidamente sitios de ventas de artesanías, para comer o para decorar, para regalar o para coleccionar. Este es el aperitivo para llegar a uno de los sitios más hermosos de Colombia






Turistas extranjeros, nacionales y habitantes locales se entremezclan en este nuevo tejido social en el que los unos han aprendido a convivir con los otros a lo largo de los últimos años en los que Salento se ha convertido en uno de los destinos turísticos más apetecidos de nuestro país, en una extraña sinergia en donde se funden etnias y culturas del mundo. Salento tiene su encanto propio y único, ese que proviene del clima templado y montañoso de los pueblos cafeteros del Quindío, Sus calles cuentan las historias de los fundadores y en muchos sitios se puede observar vestigios de la cultura de los arrieros a través de elementos propios de la época y de su identidad cuando, desde el departamento de Antioquia, estos quijotes llegaron a colonizar la región del Quindío y demás departamentos del eje cafetero: peroles, ollas, lámparas, lazos, delantales, sombreros, caperuzas, zurriagos, alpargatas, sillas de montar a caballo, aperos, machetes y el infaltable carriel del arriero en donde se depositaban los objetos más valiosos y de uso diario.


El hechizo del aroma de un café de origen recién tostado y molido proveniente de las fincas cercanas nos atrapa y nos hace cerrar los ojos para transportarnos a cada lugar y vereda del departamento. Ni que hablar de su oferta gastronómica y de las delicias de la variedad de trucha, cultivada en la parte alta del valle del Cocora. Postres, galletas, mecato (variedad de golosinas), patacón (plátano verde pisado frito en aceite), menú vegetariano, italiano, americano, frutas originarias del trópico  de diferentes sabores, colores y texturas. No puede faltar el tradicional  salón de billar que ofrece café en una de las grecas más antiguas de la región.






Salento es visitado, ya no solo en días feriados, sino todos los días del año. Campesinos, pequeños empresarios, artesanos, hippies, músicos. Todos se quieren expresar de forma particular a través del arte hecho a mano. Desde el café, como producto emblemático regional, en todas sus presentaciones con o sin licor, con leche, expreso, preparado en diferentes métodos, frio o caliente, solo o con una buena torta de la abuela. De otro lado, joyas elaboradas en piedras preciosas, pasando por arte manual elaborado en telares, cuero, fibras, metales en filigrana o retorcidos al calor, vitrales, manualidades, madera, fotografías en resina, pinturas, acuarelas, textiles, guadua, totumos, chaquiras.





Cualquier semilla, elemento o fibra natural es materia prima para que con ingenio y creatividad se produzcan la gran variedad de productos artesanales elaborados a mano por artistas locales. Desde las casas delicadamente conservadas con sus patios y solares adecuados para dar paso al comercio, Salento se podría comparar con un gran centro comercial en donde se conjugan todas las regiones del país, se puede obtener desde un sombrero vueltiao, un carriel antioqueño, muebles en diferentes tipos de maderas o un arpa e instrumentos de cuerda, como representación de los 4 puntos cardinales de la geografía nacional.




Sentarse en una de sus templadas noches en cualquiera de los bares del marco de la plaza a escuchar música popular colombiana acompañada de unos buenos “guaros” (bebida anisada, tipo aguardiente), o de una “fría” (coloquialmente, una cerveza), o simplemente quedarse en el parque a observar la actividad de los transeúntes, los vendedores o los que ofrecen paseos para niños en caballitos de madera o réplicas del jeep típico de la región, hace parte del itinerario. Desde aquí, abordo del típico jeep nos desplazamos hacia el emblemático Valle del Cocora, allí en el bosque de niebla, donde se erige la hermosa palma de cera árbol nacional, atrae por su misterio con sus 60 m de altura, sobre todo en las noches de luna llena y estrellas. Desde la zona de camping la vista hacia el firmamento es infinita, el frio es penetrante por lo que no puede faltar una buena fogata y una calurosa bebida que acompañe ese momento místico.







El mirador, ubicado en la parte alta del pueblo, ofrece una variedad de sitios donde se puede degustar café al estilo quindiano, el turista se podrá subir en el tradicional yipao (carro típico de la región cafetera) y vestirse con prendas alusivas a la cultura paisa. El cuadro se complementa con venta de miel de abejas, cholao, solteritas, chontaduro, panadería típica y golosinas de la región y una hermosa vista sobre el Cañón del rio Quindío








La noche se llena de lucecitas amarillas que se reflejan en el pavimento húmedo, pues éstas  suelen ser frías y nubladas. Los avisos de las tiendas se iluminan para dar paso a la vida nocturna de un pueblo, por demás, bohemio y encantador.



domingo, 31 de julio de 2016

ARTESANOS DEL MUNDO 3. La Guajira, ¡un enigma en Conservación!


Sentarse a pensar en el próximo destino… es pensar: ¿qué están vendiendo las agencias de viajes?,  ¿quiénes han apostado más en sus anuncios publicitarios?,  ¿en dónde se aglomeran las multitudes de turistas? o ¿qué aerolínea tiene tiquetes económicos? Esta vez una percepción rebelde nos llevó a pensar y a actuar diferente. Sin anuncios, sin reservas, sin intermediarios, sin hacer filas, y con bajo presupuesto El Pueblo Wayuu nos permitió conocer de cerca la Conservación y Protección de su raza, su cultura, costumbres, sus riquezas y sus tierras. Gracias a su ubicación geográfica,  la extensión de sus desiertos y costas, hoy sus raíces arraigadas se mantienen vivas y a salvo de problemáticas políticas y de inseguridad pública.




Mucho se ha escrito de sus hermosas playas, de la arena dorada y sedosa que se pierde en el infinito donde una línea la divide de ese azul profundo; se ha comentado que allí nace el viento, que ruge con fiereza sobre todo en las oscuras y estrelladas noches; se ha hablado sobre un hermoso desierto en donde la fuerte brisa dibuja dunas caprichosas a su antojo; mucho se ha dicho de las maravillas de sus cálidas y tranquilas aguas donde se extingue el territorio nacional colombiano; los extranjeros gozan del privilegio y de la exclusividad de los deportes náuticos, de la privacidad y la magia de sus estaderos y restaurantes atendidos por los mismos nativos, la oferta hotelera se reduce a unos cuantos hostales en donde se ofrece alojamiento en hamaca, chinchorro o habitación con cama y baño, sin aire acondicionado, con pocas horas de energía eléctrica y muy poca agua potable.





Todo esto y más, hacen de esta región un territorio inexplorado, agreste e indómito,  pero a la vez romántico y paradisiaco, como ningún otro en el planeta. Pero nunca se podrá ser el mismo después de ver sus inocentes miradas llenas de esperanzas en medio de la nada, de rozar sus pequeñas manos morenas marcadas por el sol, juguetonas, alegres e inocentes. Los niños de la Guajira reflejan el futuro incierto de una potente cultura que se ha conservado intacta, sus cortas vidas transcurren comiendo polvo al lado de la carretera esperando pacientemente a aquel que  viene repartiendo el preciado y escaso líquido  que para ellos resulta ser la salvación de los 40 grados centígrados en época de verano. Los niños ya están acostumbrados a las necesidades y a la rutina. Sus aspiraciones se enfocan en volverse pescadores y tener una gran familia para trabajar la tierra y el mar, así como nos lo comentó Lewis, niño wayuu perteneciente a una ranchería en el corregimiento de Camarones. Temen a lo que han escuchado de las grandes ciudades, para ellos esto solo representa violencia e inseguridad. Prefieren un futuro asegurado con los suyos explotando sus vitales recursos.





En el Cabo de la Vela,  tierra de mil colores vistosos y ardientes, las mujeres se protegen del sol con mantas que cubren todo su cuerpo y en el rostro un preparado de cebo de chivo y hongos que protege su piel a manera de bloqueador solar. Las manos gruesas y envejecidas por la dureza de su ambiente, tejen a mano coloridas prendas, bolsos, mochilas, llaveros, monederos, cuyos diseños nunca se repiten y cada uno guarda la exclusividad de su creadora. De una bolsa plástica emergen filamentos de hilos coloridos que enredan en sus dedos y a través de agujas metálicas plasman con destreza figuras perfectas tejidas artesanalmente. Diferentes generaciones de mujeres se aglomeran a la entrada de una de las posadas del lugar, se refugian del sol y exhiben sus productos. Hay pocos turistas, en su mayoría extranjeros, pero todos regatean los precios de estas maravillosas obras de arte.  Figuras geométricas, abstractas, simbología, o un simple cambio de color hacen parte del repertorio artesanal.








Los Wayuu viven sus vidas con lo que les ofrece la tierra, el viento y el mar, en completa armonía con sus semejantes y con su entorno. El ambiente se respira tranquilo, pues el oxígeno impregnado de salinidad del majestuoso Océano Atlántico se siente pleno en los pulmones. La luz natural se utiliza hasta que se agota el último rayo de sol, el agua potable es tan escasa que apenas alcanza para las necesidades mínimas de cualquier turista y es ahí cuando nos llega ese momento de culpa donde nos lamentamos de toda la que desperdiciamos en nuestras flamantes ciudades. Pero esto no hace a la región menos hermosa, por el contrario, ese es su mayor atractivo, la Conservación y Protección de su raza.  Allí no hay indicios de marcas de multinacionales, el territorio es sagrado y se respeta en su autenticidad, sus fuertes convicciones y determinación los han mantenido aislados y protegidos de las ambiciones desmedidas de poderosos grupos económicos que han pretendido contaminar esta reserva paradisiaca con mega proyectos hoteleros. Sencillamente, no es de su interés, sus tierras y su legado son intocables, no están en venta y así quieren permanecer.




Permanecer intactos e incólumes es su razón de ser, ya sea que los una un fuerte lazo con sus antepasados, por razones cósmicas, por mantener conservada su consanguinidad, por respeto a los palabreros o Püütchipü, quienes fungen como abogados de la comunidad para intermediar y abogar por los conflictos. Ese es el enigma de su composición social que nuestros simples y básicos sentidos difícilmente entenderán. Clanes, chamanes,  rancherías,  resguardos, siguen siendo un  gran misterio para nosotros,  el Arawak, su lengua materna, se convierte en  importante factor de identidad étnica y cultural.
  
Todo lo anterior es difícil interpretar desde nuestro punto de vista, frívolo y mundano. De ahí surge el gran interrogante: ¿cómo sobreviven estas poblaciones? Sus vías de comunicación son remotas, los cientos de kilómetros que los distancia son poco atractivos tanto para inversionistas privados como públicos del transporte, sus condiciones sanitarias son deficientes, su situación climática es extrema, el recurso del agua es cada vez mas escaso, la aridez de sus tierras y el idioma son suficientes barreras para poner en riesgo su identidad cultural y situarse en vía de extinción. Pero eso es lo que nuestra capacidad de percepción nos revela. Lejos de esa intuición  lo que no sabemos es si la verdadera razón por la cual continúan  allí, firmes en su conservación, sea su ideología misteriosa... ese es el gran enigma