El sitio de encuentro fue el
atrio de la iglesia en la plaza principal del municipio de Montenegro, en el
departamento del Quindío. Llegamos alrededor de las 9 am y allí esperábamos sentados
a que llegaran los jeeps que nos llevarían hasta el “muelle” de salida de las
balsas; entre tanto, los guías nos daban instrucciones e indicaciones de
seguridad y del recorrido que estábamos a punto de iniciar sobre el rio La
Vieja en una distancia de unos 15 kilómetros, a una profundidad de entre 20 centímetros
y 14 metros. Sumamos un grupo de tal vez veinte personas, quienes emprendimos un
viaje de 45 minutos en el típico “yipao” hasta el sitio donde embarcaríamos,
eso sí, deleitándonos con la brisa
fresca que emana del verde de nuestras montañas cafeteras.
El balsaje se remonta a un medio
de transporte en el que los indígenas se movilizaban rio abajo hace 400 años.
Este representaba el vehículo por el cual transitaban nuestros antepasados
indios Pijao, Quimbaya y Calarcá.
Una vez en el sitio de partida, abordamos las balsas hacia nuestra aventura extrema,
después que el equipo de balseros las acondicionaran con lo mínimo necesario
para la travesía, sillas, techos coloridos para proteger del sol, canecas para
guardar objetos personales y mantenerlos secos y recipientes en donde iría el almuerzo
y refrigerio. Con nuestros salvavidas
puestos, obligatorios para todos, tras haber recorrido tan solo unos metros,
nos zambullimos en las tranquilas aguas del Rio la Vieja, por donde transitan
las balsas artesanales fabricadas con guadua (bambú), los cuales son amarrados
entre sí por cabuyas de fique con amarres aprendidos en este trajinar cotidiano
y tubos de PVC a lo largo para garantizar flotabilidad y estabilidad a la estructura
de 8m de largo y 2.50 m de ancho. El
“boga”, o conductor principal de la balsa es el conocedor del rio, quien la
direcciona y manipula ayudándose con una vara de bambú de unos 4 m de largo,
toca fondo y empuja, apoya todo su cuerpo para girar o para frenar, se lanza
sin miedo, conoce cada rincón, cada corriente y cada movimiento de estas aguas.
El era quien nos indicaba los sitios
seguros para zambullirnos, nos daba instrucciones sobre la manera de nadar para
aprovechar la corriente y alejarnos de las orillas o de piedras que pudieran
lastimarnos. En algunos tramos del recorrido nos indicaba que había “rápidos”
para que los más arriesgados nos lanzáramos a sentir la adrenalina del momento.
Las aguas, frías y de color café
capuchino dibujaban el sinuoso y silencioso recorrido del rio, enmarcado por
una espesa y verde vegetación, donde apenas se dejaban ver algunas especies de
aves y tropitas de monos aulladores en las copas de los arboles; muchas otras
especies de flora, aves, mamíferos, y felinos abundan en este bosque, pero no
estaban a nuestra vista. En el rio, aunque no se aprecian a simple vista,
habitan varias especies de peces como bocachico, barracuda, corroncho, picuda;
éste representa el sustento económico para los balseros de la región que con
sus empíricos conocimientos llevan a los turistas, provenientes de diversos
rincones del planeta, a recorrer el rio
desde adentro, disfrutando de sus aguas, en parte tranquilas, en parte agrestes,
en otra parte con una bella cascada que adorna la montaña o pequeños remolinos en su recorrido. Este
bello paisaje queda localizado entre los
departamentos del Valle del Cauca y el Quindío.
Ver video: https://youtu.be/1QgSiY3Q3wQ
Hábilmente, el boga lanza una
cuerda hacia la zona en donde nos detendríamos a tomar un café caliente con
pandebono, mientras nos calentábamos al calor del sol que ya iba rondando el
medio día. Luego de esta breve pausa retomaríamos zambulléndonos de vez en
cuando hasta llegar al sitio en donde descendimos de las balsas para subir
caminando por un estrecho y resbaladizo camino hacia dos hermosas cascadas,
agua pura y cristalina de la montaña, cuya fuerza la sentimos sobre nuestras humanidades con
toda la potencia de su caída. Todo un spa para el cuerpo y para el alma rodeado
de piedras, agua y vegetación virgen,
desconexión total, reencuentro con nuestra madre naturaleza.
Después de dos horas más del
disfrute de este bello paisaje, nos detuvimos al lado del rio en una choza con
bancas y mesas de madera ubicadas de forma longitudinal, en donde almorzaríamos
el típico “fiambre” representativo de la gastronomía regional, símbolo de la
cocina de nuestras abuelas como almuerzo del tradicional paseo de rio
colombiano. Está elaborado en fogón de leña de cocinas campesinas bajo normas
de certificación y manipulación de alimentos. El fiambre es un envuelto en
forma de tamal recubierto por hojas de plátano y biao, en su interior un
delicioso pollo y cerdo asado con arroz condimentado con tomate, cebolla y
especias locales, acompañado de nuestros poderosos carbohidratos: plátano,
papa, yuca y arepa. Es imposible resistirse ante los sabores y olores de este
plato. Al cabo de 40 minutos de descanso y de sol retomamos nuestro trayecto
hasta llegar a Puerto Alejandría, donde finalizaríamos este emocionante
recorrido.
Queremos enviar un saludo muy
especial a nuestras compañeras de balsaje: Alba, Marleny, Cris, Margarita y
Astrid quienes con su gran sentido del humor y calor humano nos hicieron de
esta aventura un inolvidable paseo.
Nos llevamos en nuestras memorias
los recuerdos de otro de los emblemas del Paisaje Cultural Cafetero, este rio
silencioso nos hizo cerrar los ojos, respirar su aire fresco, extrayéndonos de
la rutina del día a día, entendiendo que los placeres de la vida se encuentran
en las cosas sencillas.
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