jueves, 17 de noviembre de 2016

LAS VANIDADES DE LO MATERIAL

Hoy es un día de reflexión. De inhalar profundamente, con los ojos cerrados y preguntarnos por qué suceden o no los acontecimientos a nuestro alrededor. Cómo es que cada decisión que tomamos nos lleva infaliblemente a un determinado (¿o planillado?) desenlace? Nos detenemos a pensar en lo frágiles y vulnerables que nos convertimos ante las amenazas de lo que no podemos controlar.

Esta vez escribimos desde la nostalgia por haber perdido, en nuestra nueva casa, todos los “gadgets” o juguetes tecnológicos, en donde teníamos almacenadas algunas memorias, imágenes y escritos de algunos viajes, recuerdos familiares, risas, fiestas, eventos, reuniones, ceremonias y rituales. Mas que lo material, es el malestar de solo pensar que aquellos intrusos estuvieron por varios días observando nuestros movimientos, esperando el momento oportuno, la invasión a la intimidad en nuestra pequeña casa campestre en la que, creíamos, seria nuestro pequeño paraíso y refugio, una finca alejada del ritmo acelerado de la ciudad, rodeada de atardeceres de colores, cantos de aves, y amaneceres con la luna pintada sobre un fondo rojizo, tal y como lo habíamos imaginado. Era uno de nuestros sueños hecho realidad. 




Ya nos íbamos adaptando a los sonidos tanto diurnos como nocturnos de los animales, perros, loros, pericos y gallos en la mañana; grillos, sapos y lagartijas en la noche. La casa, nos atrajo desde que la visitamos por primera vez. Pequeña, apacible, rodeada de prados verdes y en la parte posterior de la casa un encantador y ruidoso guadual que nos arrullaba al ritmo del viento de la tarde. La magia llegaba en las noches cuando las luciérnagas hacían su danza iluminando la copa de lo más alto de una palmera, como si fuesen luces intermitentes de esas que adornan las noches navideñas. 





A nuestra llegada hicimos reparaciones, pintamos, sellamos, remendamos y preparamos la chimenea del salón, que nunca se usó. Se nos quedaron en nuestra mente el imaginario de las reuniones que tendríamos con nuestras familias y amigos. Los asados, las fiestas y las tertulias amenizadas por una buena cena y un buen vino o un té caliente

Las hamacas fueron ubicadas estratégicamente, de tal manera que pudiésemos disfrutar de los hermosos atardeceres pereiranos. Yacko, nuestro perro, se iba adaptando mientras que correteaba al perro de al lado e iba marcando su territorio de macho alfa. El mandarino nos regalaba cada mañana sus frutos directamente del palo ubicado a unos pocos metros de la entrada. Hicimos planes para  podar, fertilizar y abonar los árboles que se veían un poco abandonados y poseídos por las telarañas de las que los habitaban. Las noches eran tranquilas, frescas y románticas, perfectas para soñar en los planes del futuro





Nuestras hamacas quedaron abandonadas, desubicadas, meciéndose por la brisa de esa tarde, pues nuestra reacción inmediata fue recoger de nuevo las cajas que ni siquiera habíamos terminado de desempacar de la mudanza de siete días atrás. Después de la impotencia vino la reflexión, nuestros mejores momentos siguen intactos en nuestros recuerdos, entendimos que el gozo de la vida y la tranquilidad se pierde fácilmente pero que la vida continua y ahora el reto es relatar esta historia con estas letras, con el propósito de llevarlos a ustedes  a aquel sitio del que no quedó mucho testimonio fotográfico.


Lecciones, muchas… todas, tal vez. La vida se nos puede ir en un solo segundo, el momento adecuado  tiene que darse cuando el destino y el universo así lo dispongan, sin forzar a la naturaleza, asi la mayor lección que nos queda es el desprendimiento de las vanidades de lo material.

*fotos tomadas con teléfono móvil 

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